
Raúl Ricardo Alfonsín, aquel presidente que en 1983 irrumpió en la escena política después de siete años de tiranía militar en la Argentina, recibió su último adiós en medio de una multitud que lo acompañó en caravana hasta su última morada. Más de 80 mil personas fueron partícipes de un acto popular sin igual en la vida contemporánea de este país. En el camino se escucharon palabras de elogios y ponderación de los asistentes, sin duda honores póstumos hacia su legado que lo ungen, como a muy pocas figuras políticas en América Latina, en el sitial de ‘símbolo de la democracia’.
La noticia de su muerte, durante el anochecer del 31 de Marzo, causó conmoción y generó nostalgia en la opinión pública argentina. Se ha ido aquel hombre que defendió a capa y espada, durante su gobierno (1983-1989), el planteo de una gigantesca reforma cultural que instaure el respeto por los derechos civiles, la tolerancia y las libertades del país del tango.
Fue por el respeto a esos ideales que Alfonsín ordenó aquel histórico juicio a las Juntas Militares, estampándole de tal forma el fin a una década de horror y terrorismo de estado. El multitudinario reconocimiento en las calles, hasta de esferas políticas adversarias, permite ver la magnitud de aquel hombre a quien siempre se le ligará por la valiente defensa de los derechos humanos y por la honestidad de manejar los recursos públicos.
En el Perú también hubo un reconocimiento en su memoria. La fuerte ligazón en los años 80 con el gobierno aprista encabezado por, el entonces joven, Alan García ameritaban tales honores. El ejecutivo nacional decretó ‘Día de Duelo Nacional’ en todos los edificios públicos, instalaciones militares y demás dependencias estatales, durante el pasado 2 de Abril que se realizaban las exequias del fallecido ex presidente argentino.
El apoyo activo a las vinculaciones económicas entre ambos países sudamericanos, así como su participación por la restauración de la democracia peruana fueron los motivos que impulsaron al gobierno peruano a rendirle este sentido homenaje.
El apoyo activo a las vinculaciones económicas entre ambos países sudamericanos, así como su participación por la restauración de la democracia peruana fueron los motivos que impulsaron al gobierno peruano a rendirle este sentido homenaje.

Después de un caótico cortejo fúnebre, el cuerpo de Alfonsín yace inhumado en el Panteón de los Caídos por la Revolución de 1890. Descansa junto a Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia, en un lugar privilegiado del Cementerio de La Recoleta, desde donde se recordará a este gran demócrata que en el Perú dejó un grato recuerdo.
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